Una sonrisa de tierra
Llevaba el libro en la mano para darse ánimo, el que halló tirado en la vía del tren. Aun así, le costó acercarse al anciano porque ella sólo era una niña y Tío Vajla el patriarca de la familia, alguien importante al que todos respetaban y su palabra era ley. Si le decía no, sería no. Para siempre además.
Pero como la cosa lo merecería, se armó de valor y lo hizo. Llegó a él, se inclinó, besó su mano y con voz contenida se lo dijo:
—Tío Vajla, me gustaría saber leer y escribir. Sobre todo, leer. Y también hace cuentas.
Tío Vara apoyó su mentón en la garrota con mango de plata, símbolo de su autoridad, y miró sin mirar a ningún sitio, señal de que estaba pensando. Quizá no le contestase pero quizá sí, por lo que Arusha se arrodilló junto a él y con el dedo dibujó en la tierra un redondel al que puso ojos y una boca plana. Así se sentía.
Un rato después, Tío Vajla, sin cambiar de postura ni mirarla le preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Doce. Dos más y seré mujer. Una mujer que no sabrá leer ni escribir.
—¿Tu madre sabe leer y escribir?
—No, Tío Vajla.
—Pero cocina el drob más rico y jugoso del poblado. ¿Y tus hermanas Ruxanda y Nucúa, Petra y Dolina saben leer y escribir?
—Tampoco, Tío Vajla.
—Pero las dos que están casadas saben criar a sus hijos y nadie las engaña.
—Cuentan con los dedos… Como yo.
—De diez en diez se llega a cien. Más allá todo es codicia. Arusha borró la raya plana del redondel y dibujó una curva triste.
—Leer debe ser bonito —dijo—. En la vía del tren encontré este libro con dibujos, pero no sé qué dice.
—Que te lo lea tu hermano Mihai. No es muy despierto pero algo sabrá.
—¡Nada, no sabe nada de libros, no le gusta leer y menos escribir! Si se lo enseño, seguro que me lo quita y lo vende al cartonero. Y es un bonito libro. Siento que está lleno de cosas maravillosas.
Tío Vajla dejó de mirar a ninguna parte. Se arrellanó en la mecedora, sacó su pipa, la encendió y cerró los ojos. Arusha sabía que, de un momento a otro, iba a contarle una historia. Ojalá fuera bonita; de las antiguas en el lago Constanza. Pero pasaba el tiempo y Tío Vara seguía igual: fumando con los ojos cerrados. No habría historia. Tal vez ni siquiera respuesta.
—¿Quien escribe las leyendas de nuestro pueblo? —se atrevió a decir.
—No se escriben, se cuentan. Van de boca en boca por generaciones.
—Lo sé… Pero yo sólo te las oigo a ti, Tío Vajla. Los otros, padres y abuelos, hablan de cobre, chatarra, dinero, política, fútbol. Es como si no supieran otra cosa. ¿Qué pasará cuando tú subas al cielo? ¿Quién se encargará de enseñarnos lo que fuimos, sea bueno o malo?
Tío Vajla lanzó una bocanada de humo blanco que a Arusha se le figuró un alma, la del Tío Vajla. A lo peor se moría sin contestarle. Por suerte no fue así porque se volvió a ella y con sus ojos gastados la miró de forma dulce.
—¿Y qué propones que haga yo, mi pequeña Arusha?
El corazón de Arusha se puso a latir fuerte, bun, bun. ¿Se atrevería a decírselo, decirle a Tío Vajla qué había pensado? Vale, sí, se atrevería. Pero debería ir con cuidado, midiendo las palabras, porque lo que ella pensaba iba, nada más y nada menos, en contra de la tradición. Eso había oído.
—Pedir a mi padre que me deje ir al colegio que hay en el barrio de los bloques. O mejor, que los hombres construyan un colegio en el poblado para que vayamos todas, niñas y mujeres. Conozco una maestra muy simpática…
—¿Mujeres también?
—Sí. Muchas madres, como la mía, miran las revistas que caen en sus manos y se lamentan de no saber que dicen.
Tío Vara expelió otra bocanada de humo, pero esta vez no era un alma suelta sino bonitos redondeles que se colaban uno en otro. ¿Significaba acaso…?
—No creo que mi poder llegue a tanto, pero se podría probar…
—¿De verdad, Tío Vara?
—Sí, pero paso a paso para no armarla; no quiero líos en el poblado. Primero irás tú a esa escuela del barrio, donde aprenderás a leer, a escribir y hacer cuentas. Luego a otra de la ciudad donde aprenderás cosas nuevas y luego a otra aún más importante. Así hasta que estés capacitada para enseñar a los demás.
—¿Te refieres a ser maestra? Yo sólo quería saber qué dice este bonito libro.
—Y yo que enseñes y escribas la historia de nuestro pueblo para que no se pierda. Yo por ti y tú, niña valiente, por todos. ¿De acuerdo, Arusha?
—¡De acuerdo, Tío Vara! Gracias —soltó feliz Arusha, levantándose para llenarle de besos. Aunque antes dibujó una sonrisa en el redondel de tierra.
—¡Deja, deja, mi pequeña revolucionaria, que vas a tirarme! A ver, enséñame tu libro.
Arusha se lo dio y Tío Vara, calándose las gafas, miró la portada y muy despacio, silabeando entrecortado, leyó:
—Los-las a-ven-du-tu-ras de Tom Sa-So, Saw-yer… Pues sí, es un bonito libro…, que nunca llegué a leer —dijo devolviéndose.
—¿Por qué, Tío Vara?
Tío Vara volvió a arrellanarse, a cerrar los ojos y a mirar a ninguna parte.
—Porque apenas sé leer y eso es lo que más lamento. Así que date prisa en aprender para leérmelo tú.